lunes, 29 de noviembre de 2010

Ya estoy en casa

Esta mañana me dieron el alta.

Mi padre vino a buscarnos a mi madre y a mí, aunque creo que ella hubiese preferido coger un taxi para llevarnos a casa. Hicimos el camino en silencio. No puedo ni explicar lo deprimente que me resultó el trayecto.

La casa estaba fría, o al menos eso me pareció a mí. Mi madre me preguntó si estaba contenta de volver.

Claro, le dije.

¿Quién no estaría contenta en mi situación? Tengo una pierna hecha polvo, llevo muletas, y toda la gente que me conoce está convencida de que he querido suicidarme.

Vamos, como para tirar cohetes.

Reconozco que, hasta el último momento, conservé la ridícula esperanza de que Silvia, o J, o cualquiera de los chicos del colegio, se hubiesen acercado a darme la bienvenida. Pero no vino nadie. Ni siquiera esa Estrella Mann,que vino a verme al hospital como si fuese el espíritu de las Navidades Pasadas.

Está nevando en Madrid. La casa ya está caldeada - ventajas del gas natural, dice mi madre - , pero fuera debe hacer un frío que pela. Antes me encantaba que hiciese frío, sobre todo porque era un símbolo del inicio de la temporada de esquí.

Cualquiera esquía ahora ¿verdad? con la pierna como la tengo. Por eso ya me da igual que nieve o no.

En realidad, me da igual casi todo.

Y eso no puede ser. Valeria, Valeria,Valeria. Tienes que espabilarte.

Al menos ya estoy en casa. He dejado atrás el hospital, ese olor a desinfectante, las visitas del médico, aquella habitación impersonal pintada de un horrible color amarillo.

Quizá las cosas puedan ir mejor en el futuro. Y de eso depende en buena parte mi actitud. Tengo que dejar de gimotear. Tengo que dejar de compadecerme de mí misma. Me he propuesto no volver a llorar por la noche, cuando me quedo sola. Me he propuesto no volver a acordarme de Silvia, ni de J, ni de todos aquellos que consideraba mis amigos y que pasaron de mi. Me he propuesto volver a empezar.

La única cosa del pasado en la que quiero pensar es en el coche escacharrado de la tía Lou. Siniestro total, ha dicho mi madre. Tendrá que comprar otro.

Le está bien empleado.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Mañana me voy

El médico nos lo dijo el viernes:

- Valeria, el lunes te daremos el alta.

Yo no le pregunté por qué demonios no me mandaban a casa ya; qué pensaban que podía ocurrir el fin de semana para que se empeñasen en mantenerme amarrada en la cama del hospital. Sonreí, porque se supone que eso es lo que debe de hacer una persona cuando le dan una buena noticia.

El médico dijo más cosas. Dijo que tendría que hacer rehabilitación si quería recuperar toda la movilidad de la pierna. Que tendría que ejercitarme con un fisioterapeuta una vez al día y luego hacer ejercicios por mi cuenta.

También dijo que tenía que intentar tomarme las cosas con más tranquilidad.

Con más tranquilidad. Ya. Le dije que sí a todo, a lo de la rehabilitación y a lo de tomarme las cosas, aunque me hubiera gustado preguntarle a qué se refería exactamente. Pero eso tampoco lo hice.

Este médico ha acabado por caerme bien. Es bastante simpático. En realidad todos lo son, incluso la enfermera que amenaza con requisarme el ordenador cuando cree que estoy abusando.

No sé si son así con todo el mundo o si conmigo extreman las precauciones. Ya sabéis que en este sitio siguen pensando en mí como en una suicida.

La verdad, más de una vez he tenido ganas de decirles a todos: "¿Creeis que soy idiota? ¿Creeis que si de verdad quisiera suicidarme hubiese elegido una forma tan estúpida de hacerlo?".

Pero claro, eso hubiese implicado contar la historia completa. Así que me voy a ir de aquí con el cartelito de la Chica Que Quiso Matarse.

Me pregunto si esa etiqueta me va a acompañar durante el resto de mi vida. Lo que sí tengo claro es que la voy a llevar colgando una buena temporada. Cuando vuelva al colegio, ya sé lo que va a pasar: la gente se dará codazos cuando se crucen conmigo. Habrá sonrisitas, miradas raras, unas de compasión, otras de burla.

Ahora entiendo esa frase que escuché una vez: "los adolescentes pueden ser crueles".

Me aterra la idea de volver al colegio. Tanto, que me alegro de que el doctor le haya dicho a mamá que debo quedarme en casa para trabajar con la fisio antes de incorporarme a las clases.

De momento estoy a salvo. Pero no sé por cuánto tiempo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

He tenido visitas

No sé el tiempo que voy a poder escribir; la enfermera ha amenazado con requisarme el portátil si me vuelve a ver con él a deshora... pero la desafío porque es el único entretenimiento que tengo.

Miento: hoy he tenido otro. Vino a verme Estrella Mann.

Casi no la reconocí al entrar. Ella y yo habíamos sido compañeras en el colegio hace dos años, pero entonces Estrella era una cría de catorce años tímida y torpe como ella sola. Por si fuera poco, era bajita y fea, llevaba un alambre en los dientes para corregir una horrible sonrisa conejuna y gafas de culo de vaso.

Una joya, vamos. La típica chica a la que nadie quiere ver ni en pintura. Y yo no fui una excepción.

Estrella había llegado al colegio desde una ciudad europea - no recuerdo en cual - en la que vivían hasta que trasladaron a Madrid a su padre. Llegó con el curso empezado a una clase en la que todo el mundo se conocía desde los seis años.

Es decir, desde el paleolítico superior o algo así.

No hace falta que diga que no la recibimos muy bien. Tampoco mal, que conste. Simplemente, ninguno de los chicos de clase le hizo ni caso. Éramos un grupo bastante unido (¡qué tiempos aquellos en los que podía hablar el plural, sentirme parte de un colectivo!) y no nos apetecía incorporar a nadie más, menos aún a alguien que parecía la versión "trash" de El Patito Feo.

Total, que Estrella se pasó el curso entero fracasando en su intento de integrarse, y en junio la cambiaron de colegio.

No sé como se enteró de mi accidente. No sé quien demonios le contó en qué hospital estaba, no sé quien le dijo que podía recibir visitas. El caso es que se presentó aquí... y, por cierto, bastante cambiada. Ya no lleva el alambre en los dientes, y ha debido operarse la miopía o ponerse lentillas, porque tampoco lucía sus gafas de empollona. Ha crecido mucho y ya no tiene ese aire de ratón asustado. También me pareció mejor vestida que cuando llegó al colegio.

De hecho, pensé que si esa nueva versión de Estrella aparecía por mi clase, seguramente habría más chicos dispuestos a darle la bienvenida.

Me trajo unos dulces de mazapán y unas flores. No se quedó mucho rato, entre otras cosas porque no teníamos mucho de qué hablar. Me contó que tenía un novio belga y que estaba aprendiendo a montar a caballo. Fue un rato extraño, pero bastante agradable.

Al despedirse, me cogió de la mano.

"Valeria, todo se supera. De verdad. Yo lo pasé muy mal, y mírame ahora. Ni se te ocurra volver a intentar algo como lo que hiciste".

Se marchó.

Y yo me eché a llorar, no sé si por mí o por Estrella. Por aquella Estrella a la que habíamos amargado seis meses de vida y que había vuelto, desde el pasado, para recordarme que soy alguien digno de compasión.

martes, 23 de noviembre de 2010

Escribir

Antes de que ocurriese lo que ocurrió - es decir, antes de que mi vida se fuese a la mierda - ni siquiera me había planteado tener un blog.

De hecho, los blogs me parecían cosa de exhibicionistas y de frikis. Así, como suena. De colgados que necesitaban exponer su vida y milagros para sentirse bien. De idiotas, vamos.

Nunca pensé que escribir pudiese servir, por ejemplo, para no sentirse sola. Cuando redacto estas líneas me siento bien. Y cuando veo el contador de visitas y compruebo que hay mucha gente que ha leído mis pensamientos, me da subidón.

Es como saber que, en el fondo, estás acompañada. Acompañada por personas que no me conocen, que no saben nada de mí, y sin embargo están dispuestas a escucharme.

Si se piensa bien, es alucinante. No sé quien está ahí, peo sé que siempre hay alguien.

El otro día, mientras comprobaba el número de visitas, el contador cambió delante de mis ojos: de nueve mil ciento veinte a nueve mil ciento veintiuno.

Es decir, en aquel preciso momento, alguien estaba leyendo lo que acababa de escribir. Alguien pensaba en mí, alguien intentaba entender lo que me pasa.

Entender lo que siento.

Repito: es alucinante.

Intenté pensar quién podría ser: un chico, una chica. Alguien de mi edad. Tal vez alguien mayor, que sonríe al leer los pensamientos de una adolescente hecha polvo.

De una adolescente hecha un puro lío.

De alguien que ha encontrado en la escritura, en la red, una vía de escape para expresarse y para sentirse mejor. Alguien que mira el contador de visitas y nota que no está tan sola.

Me pregunto quién será el visitante número 10.000

A lo mejor eres tú...

domingo, 21 de noviembre de 2010

Una chica difícil

Eso le escuché decir a mi madre mientras hablaba con la enfermera y yo estaba dormida: "Valeria es una chica difícil".

¿Debería ofenderme? No lo sé.Pero me dieron ganas de decirle a mi madre: "En menos de dos meses me he quedado sin padre, sin novio y sin amigos. Ahora, además,tengo la pierna hecha trizas y llevo dos semanas es un hospital".

Ni la madre Teresa de Calcuta sería una persona fácil en circunstancias como las mías.

Soy una chica difícil porque tengo mal genio. Soy una chica difícil porque no me callo nunca. Soy difícil porque protesto, porque me quejo, porque contesto a los adultos.

Tal vez mi madre tenga razón.

Pero tengo otras ventajas, supongo. Soy bastante inteligente - no lo digo yo, lo digo un test absurdo que nos hicieron en el colegio durante tres días. Se supone que tengo un coeficiente de 147. Por lo demás, el test solo valió para no dar clase durante tres días.

También puedo ser simpática si me lo propongo. Lo cual, para ser sincera, tampoco es muy habitual. En general, supongo que resulto bastante borde.

Soy buena persona, o al menos eso creo. Quiero decir que normalmente dirijo mi mala leche solo hacia quien lo merece de verdad.

No tengo paciencia. Ninguna. Ni sé disimular. Un día, mi madre me dijo que ir siempre diciendo lo que se me pasa por la cabeza no siempre es ser sincera. A veces - según mi madre - es ser una maleducada.

Ya veis de qué cosas se entera una.

La chica difícil está pasando un largo domingo de noviembre en la cama de un hospital. Y gracias a Dios que tengo el portátil con la conexion a internet y así no me siento completamente aislada del mundo.

Porque, por difícil que una sea, siempre se necesita saber que hay alguien al otro lado de la ventana.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Médicos

Mi médico no es idota

Lo averigüé hoy por la mañana. Vino, como todos los días, a ver cómo estaba. Miró mis papeles, miró la cicatriz de mi pierna, me preguntó si tenía dolores en algún sitio.

"La cabeza"-le contesté yo - "Me duele un poco la cabeza".

Él se echó a reir: "Es normal que te duela. Casi te la rompes por la mitad".

Yo también sonreí, aunque me había propuesto poner cara de palo. Si los médicos no me gustaron nunca, imaginas ahora, que llevo varios días en el hospital.

De pronto, se me quedó mirando de una forma muy rara y se sentó en la cama. Estábamos solos en la habitación él y yo. Estuvo un rato así, mirándome sin decir nada, hasta que al final se decidió a hablar.

"¿Sabes, Valeria? No es cosa mía, pero creo que te sentirías mejor si enseñases lo que tienes dentro"

Me hubiese gustado mandalo a la mierda, como hice con el director. O vomitarle en los pies, diciéndole:"Esto es lo que tengo dentro. ¿Le parece interesante, doctor, o quiere que le enseñe algo más?"

Pero no hice nada de eso. Bastante tuve con aguantar las ganas de llorar delante de aquel doctor listillo que parecía tener unos rayos x especiales para mirar por dentro de las personas.

Mi madre llegó justo en aquel momento. El médico le dijo que me encontraba mucho mejor, y que, si las cosas seguían así, podría irme a casa dentro de unos días.

"¿Tienes ganas de volver a casa, Valeria?"

Contesté que si, por supuesto. Es lo que se espera en estos casos. Pero no estaba segura de estar diciendo la verdad.

Lo cierto es que, hoy por hoy, casi me da igual estar en un sitio o en otro. En mi casa o en este hospital donde hay un médico que ve por dentro de mi.

Un médico que sabe que tengo un secreto.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Tendencias ¿qué?

El psicólogo del hospital le ha dicho a mi madre que puede estar tranquila, que no advierte en mí tendencias suicidas.

¿Ypara eso ha tenido el tío que tirarse años estudiando? ¿De verdad necesitaba hacerme tantos test para averiguar algo que me parece tan claro?

De todas formas, si la declaración del psicólogo sirve para que mi madre se quede más tranquila, hasta la doy por buena.

Nadie de clase ha venido a verme. La sombra de Silvia es mucho más alargada de lo que yo creía, de forma que sigo condenada al aislamiento total. Quien si vino de visita fue el director del colegio.

Nunca me ha caído bien. Es una de esas personas que pierden el culo por quedar bien con los padres y todo eso, porque al final son ellos los que pagan el pastizal que cuesta mi dichoso colegio pijo. Pero, en el fondo, estoy convencida de que los alumnos no le importamos una mierda.

Sé que no vino a verme a mí. Vino a quedar bien con mis padres. O, mejor dicho, con mi padre, que tiene un negocio que va viento en popa a pesar de la crisis.

El gilipollas del director debe estar convencido de que a lo mejor, si le hace la rosca, mi padre le regala un nuevo equipo de sonido para el salón de actos o algo así. Por eso vino a verme.

Me trajo de regalo un libro de poesías.

Sin comentarios ¿eh? Pero hay que tenerlos muy grandes para trerle un libro de poesía a alguien que se ha pasado más de una semana con un pie en el otro barrio. Además, no sé de donde saca que a mí me gusta la poesía.

El caso es que entró e mi habitación con cara de palo, me apretó la mano con su mano sudada y luego, antes de preguntar siquiera como estaba, quiso saber si mi pade estaba por ahí.

Me dieron ganas de contestarle: "Se acaba de marchar. Jódete".

No lo hice. El dire se quedó allí, apretándome la mano y mirándome como si yo le diese mucha pena. En el fondo, lo que le daba pena era haberse pegado el paseo hasta allí para no ver a papá.

Me dijo que esperaba que me recuperase pronto. Que lo que había hecho era una tontería muy grande, pero que todos los adolescentes hacen cosas de las que luego se arrepienten y que la gente sabe pasar página.

Es decir, que me había perdonado. Que enrollado, el dire.

Luego, para despdirse, aseguró que todos esperaban con ilusión mi regreso al colegio. Fue flipante. Aquel tío, que no sabía nada de mí ni de lo mal que lo estaba pasando, diciéndome algo sin pies ni cabeza.

Y ahí no me pude aguantar: "Le agradezco la visita, pero creo que está mal informado. A nadie en el colegio le importa una mierda si vuelvo o no".

Se quedó blanco como la pared. Y yo, no sé por qué, me sentí un poco mejor.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Todo se cura

Alguien me lo ha dicho: tu pierna mejorará.

Eso espero, porque si no fuese por los calmantes no podría pegar ojo por la noche. Mi pierna está ahí, con unos cuantos clavos dentro - supongo que ahora pitaré en los arcos detectores de metal - y un aspecto no demasiado bueno, pero puedo imaginármela dentro de algún tiempo, cuando tal vez haya recuperado toda la movilidad y ella, mi pierna, vuelva a ser como antes.

La cuestión es: ¿y el resto de las cosas? ¿También mejorarán? ¿Volverán a ser como antes?

La respuesta a esto último es: no. Nada puede ser como era hace tres meses. Y más aún: nada puede ser como era justo antes de mi accidente.

Les he mentido a todos. A mi padre. A mi madre. Al médico. A todos les he dicho lo mismo: "no me acuerdo de nada". Pero sí lo hago. Me acuerdo perfectamente de todo. Sólo que es preferible que ellos no sepan qué es ese todo.

Hasta ahora, yo siempre había tenido secretos. Es lógico. Los niños los tienen. También los adolescentes. Secretos con sus amigos, con sus compañeros. Y, sobre todo, con sus padres.

Yo no podía contarle a mi masdre, por ejemplo,que en el viaje de fin de curso del año pasado me había enrollado con un chico de clase. No fue nada del otro mundo, pero a mi madre no le gustaría saber que a su niña - eso soy para ella . le había metido mano un chico de su edad.

Tampoco podía contarle hasta donde habíamos llegado J. y yo cuando salíamos juntos, aunque ella intentaba hablar conmigo de esas cosas. Yo me negué en redondo. No soporto a las madres que quieren ser amigas. Tengo muchas amigas (en realidad, las tenía...), pero prefiero que mi madre no sea una de ellas.

Y esos eran mis secretos. Mis grandes, inconfesables secretos. Nunca pensé que pudiese tener dentro algo mucho más importante.

Ahora es así, y tengo que enfrentarme a ello. Mi gran secreto, el secreto que no puedo compartir con nadie, es la razón por la que estrellé el coche de Lou.

Empiezo a pensar que lo que hice fue una terrible estupidez, pero ya no hay vuelta atrás. Me consuelo pensando que mi pierna mejorará... en cuanto al resto, ya veremos qué pasa.

martes, 16 de noviembre de 2010

En una habitación de hospital

En una habitación de hospital el tiempo pasa muy despacio. Alguien debería estudiar eso.

Vas a una fiesta y las horas pasan volando. Pero en otras circunstancias - por ejemplo, las mías - las horas parecen tener doscientos minutos.

Mi madre está todo el día conmigo. Se ha pedido vacaciones en el trabajo. Mi padre también viene, claro, pero mucho menos.

Supongo que en la duración de sus visitas influye mucho la cara de pocos amigos que le pongo.

La pierna me duele mucho, a pesar de los calmantes. Tanto, que empiezo a arrepentirme de lo que he hecho. Ya ni siquiera me compensa pensar en el coche escacharrado de la tía Lou.

Hoy por la mañana vino un psicólogo, o un psiquiatra o no se qué. Estuvo hablando conmigo mucho tiempo. Me preguntó por qué lo había hecho, refiriéndose, supongo, a lo de estrellar el coche de Lou.

¿Qué iba a contestarle? "Lo hice porque quería fastidiar de alguna forma a la traidora de mi tia Lou, y si todo hubiese salido según lo previsto y los airbags no se hubiesen quedado enganchados, ella ahora estaría sin coche y yo partiéndome de risa sana y salva". También podría ponerme chula y contestarle "lo hice porque me dio el punto". Pero eso hubiese sido una tontería, y tampoco es buena idea el ponerme a este hombre en contra. Contar con las simpatías de los médicos es importante cuando uno tiene que estar en un hospital.

Pero como no le puedo contar la verdad, y cualquier cosa que diga no hará más que empeorarlo todo,  tiré por la calle de enmedio.

Le dije que no me acordaba de nada. Él pareció quedarse conforme, lo cual me hace pensar en dos posibilidades:
a) que soy una gran mentirosa capaz de colársela a todo el mundo, incluso a un psiquiatra
b) que el psiquiatra que me han mandado es un capullo integral al que es muy sencillo tomar el pelo.

En cualquier caso, es muy sencillo eso de refugiarse en la falta de memoria. "No me acuerdo" es una respuesta muy cómoda cuando no puedes contar la verdad

lunes, 15 de noviembre de 2010

Todo puede ser peor

Ramón me preguntaba ayer que qué se siente al estar en coma; pues bien, no sé lo que sienten los demás, pero yo no sentí absolutamente nada. Lo último que recuerdo es el golpe - un golpe terrible - y luego me desperté en la cama de un hospital, con cables por todas partes, un tubo en la garganta y un médico que me ponía en los ojos una linterna incomodísima.
Tenía la sensación de que no había pasado ni un minuto desde el accidente
Y, sin embargo, habían transcurrido casi diez días. Un motón de horas en las que no me enteré de NADA. Por eso, Ramón, aunque ya sé que hay gente que habla de túneles y luces blancas, yo no vi nada de eso De hecho, la única luz que recuerdo es la de la linterna del médico.
Supongo que poco a poco me iré enterando de cosas. Me gustaría saber quién llamó a la ambulancia, quien me sacó del coche, cómo llegué al hospital... en fin, esos detalles que estará bien usar dentro de muchos años, cuando cuenta esta historia como una batallita.
Ayer os decía que os tenía que contar lo peor. Bueno, pues allá vamos: como no puedo contarle a mi madre que estrellé contra el muro el coche de Lou solo porque quería joderla todo lo posible, ella y mi padre piensan que he intentado suicidarme.
Alucina. Yo, una suicida.
Es lo más absurdo que he escuchado en mi vida. Mira que lo he pasado mal en estas semanas,pero jamás se me ha pasado por la cabeza semejante cosa.
El suicidio es de cobardes, y yo lo soy.Tengo muchos defectos y todo eso, pero desde luego no el de la cobardía.
Sea como sea, mis padres piensan que quiero estar muerta, y yo no sé como voy a sacarles de la cabeza semejante idiotez. Que se preocupen por otras cosas, que lo que es por eso, no merece la pena.
Y entre tantas cosas malas, una buena noticia: el coche de la tía Lou está completamente destrozado. No servirá más que para chatarra. Ycuando me imagino su precioso Audi de camino al desguace, la verdad es que me entran ganas de reír.
Aunque esté llena de tubos y de agujas, y tenga una pierna hecha polvo y haya estado casi diez días en el limbo.-

domingo, 14 de noviembre de 2010

Las cosas no siempre salen como uno quiere

Acabo de aprenderlo: uno hace planes, pero luego no es tan sencillo que todo sea como habíamos imaginado.

He estado ocho días en coma. Sí, sí, habéis leído bien: ocho días completos.

Si lo recordáis, mi intención era cogerle el coche a la tía Lou y estrellarlo contra el muro de la casa de Silvia. Hasta ahí, las cosas fueron como la seda. El coche de Lou tenía las llaves puestas, y pude sacarlo sin que ella se enterara.

No había un alma por la urba, así que nadie vio a una cría conduciendo un coche. Cuando vi la casa de Silvia, pensé que estaba de suerte: había aparcado su vespino justo delante. Su vespino rosa, tan pijo como la propia Silvia.

Para darme valor, y durante unos segundos, recordé todas las cosas malas que me habían pasado durante la semana. La ruptura con J. La traición de Silvia. Mis compañeros ignorándome en el colegio. El abandono de papá. Mi madre llorando. La tía Lou besando a mi padre y luego yendo de colega enrollada.

Respiré hondo y me deseé suerte a mí misma. Aceleré a tope, le di un buen trompazo a la moto y luego me incrusté contra el muro. De la casa

Hasta ahí, perfecto. El coche estaba destrozado, lo mismo que la vespa de Silvia y el muro de su casa.

Pero hubo un pequeño fallo. Corrijo: un fallo muy grande.

Los airbag no saltaron. Claro que yo no tuve tiempo de enterarme.

Así que aquí estoy,en una cama de hospital, después de más de una semana en coma, con la cabeza como un bombo y una pierna rota por nosecuantos sitios.

Pero eso no es lo peor. Lo peor os lo contaré mañana.

martes, 2 de noviembre de 2010

Lo que voy a hacer

Hoy es el día. La suerte está echada.

Acabo de llegar a casa del colegio. Mi madre aún no ha vuelto. Y yo que quedado con la tía Lou con una excusa.

Ya lo tengo todo preparado: iré a su casa en plan buen rollo.

La tía Lou vive en un chalé en la urba de al lado. Su casa, a pesar de la decoración étnica y todo eso, es bastante bonita. Tiene jardín, una pequeña piscina propia y un solarium. Así de hortera es la tía Lou

El caso es que lleagré a su casa, estaré con ella un rato, ya he dicho que de buen rollo. Y,cuando salga de la casa, me llevaré su coche.

Lou adora su dichoso Audi, pero tiene la mala costumbre de dejarlo aparcado con las llaves puestas.

No pienso ir muy lejos: daré solo una vueltecita por la urba, y luego... luego pondré el coche a tope y lo estrellaré el coche contra un muro. Por cierto, el muro elegido para EL SUPER PORRAZO es el de la casa de Silvia, que también vive por allí.

El coche quedará hecho una pena y a mí no me pasará nada porque, como la tía Lou se encarga de repetir a diestro y siniestro, su audi tiene siete airbags.

Eso sí, con airbags y todo, tengo que tener cuidado de ponerme bien el cinturón de seguridad, porque no me gustaría romper el cristal con mi propia cabeza, por muy espectacular que quedara.

Luego, espero tener tiempo para quitarme el cinturón y salir del coche. Si tengo suerte, la tía Lou pensará que han sido unos gamberros. Incluso puedo llamarla para decirle que, al salir de su casa, he visto a dos tipos con muy malas pintas controlando su coche.

Bien, pues eso es todo. Queda media hora y la suerte está echada. Por favor, madadme buenas vibraciones y buenos deseos para que esto acabe bien.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La tia Lou

Acaba de marcharse, la capulla. Estuvo aquí dos horas, haciéndose la simpática. Trajo una tarta que se supone que había hecho ella, y debía ser verdad porque estaba asquerosa. Una tarta reseca, con el chocolate medio quemado y el bizcocho duro como una piedra.

Luego se hizo la preocupada: "¿cómo estás? ¿cómo te sientes? Dora, tienes que tirar para adelante. Soy tu amiga, Dora, y aunque me duela decirlo, salir del bache o no depende soooooolo de ti".

A mí me daban ganas de decirle "¿Salir del bache? ¿Y quien la ha metido en él, pedazo de zorrón? ¿Quién es la culpable de que mi madre no levante cabeza, y llore por las noches, y apenas coma?

(Claro que en eso de no comer es mejor que cierre el pico: yo tampoco tengo mucha hambre últimamente, y como siempre he estado bastante delgada, entre unas cosas y otras me he quedado en el chasis)

No nos desviemos: la tía Lou, venga a parlotear haciéndose la súper mejor amiga, dándole consejos a mi madre, diciéndole que tenía que salir y conocer gente.

Y yo, que estuve a punto de decirle: "¿Gente? ¿Qué gente quieres que conozca mi madre? ¿Gente como tú, capaz de darle una puñalada como una catedral? Pues si es esa gente a la que va a concer, prefiero que se quede en casa, tranquilita, viendo la tele".

También le dio por aconsejarle que se arrglase más. Que fuese a la peluquería, que se cambiase el peinado y el maquillaje. Y que se comprase ropa nueva.

Mientras decía eso, yo la miraba por el rabillo del ojo y ´me fijaba en su vestido caro, su pañuelo de seda,sus zapatos de tacón. Me fijaba en un anillo grande que llevaba, y en unos pendientes muy bonitos. De repente pensé que quizá aquellos pendientes se los había regalado mi padre, y me dieron ganas de vomitar desde  la primera papilla hasta su repugnante tarta de chocolate.

Pero, como os he dicho, llgará el momento de poner las cosas en su sitio. Cuando estaba a punto de marcharse, le he dicho a Lou que me gustaría ir a su casa para hacer una foto a una de sus preciosssssas máscaras africanas. Que en el colegio estábamos haciendo un trabajo y me vendría muy bien.

Alguien menos estúpido que Lou se hubiese preguntado para qué demonios iba a servir una de sus máscaras en un trabajo de ESO. Pero Lou solo pensó en su sofisticada decoración étnica y en como ésta me había impresionado.

"Pues claro, Valeria. Ven cuando quieras!! Así podremos charlar tú y yo!!"

Sí, sí. Ya verás lo bien que lo vamos a pasar, tía Lou. Nos vamos a divertir un montonazo.

Mañana nos vemos. Mañana es el día.