jueves, 25 de noviembre de 2010

He tenido visitas

No sé el tiempo que voy a poder escribir; la enfermera ha amenazado con requisarme el portátil si me vuelve a ver con él a deshora... pero la desafío porque es el único entretenimiento que tengo.

Miento: hoy he tenido otro. Vino a verme Estrella Mann.

Casi no la reconocí al entrar. Ella y yo habíamos sido compañeras en el colegio hace dos años, pero entonces Estrella era una cría de catorce años tímida y torpe como ella sola. Por si fuera poco, era bajita y fea, llevaba un alambre en los dientes para corregir una horrible sonrisa conejuna y gafas de culo de vaso.

Una joya, vamos. La típica chica a la que nadie quiere ver ni en pintura. Y yo no fui una excepción.

Estrella había llegado al colegio desde una ciudad europea - no recuerdo en cual - en la que vivían hasta que trasladaron a Madrid a su padre. Llegó con el curso empezado a una clase en la que todo el mundo se conocía desde los seis años.

Es decir, desde el paleolítico superior o algo así.

No hace falta que diga que no la recibimos muy bien. Tampoco mal, que conste. Simplemente, ninguno de los chicos de clase le hizo ni caso. Éramos un grupo bastante unido (¡qué tiempos aquellos en los que podía hablar el plural, sentirme parte de un colectivo!) y no nos apetecía incorporar a nadie más, menos aún a alguien que parecía la versión "trash" de El Patito Feo.

Total, que Estrella se pasó el curso entero fracasando en su intento de integrarse, y en junio la cambiaron de colegio.

No sé como se enteró de mi accidente. No sé quien demonios le contó en qué hospital estaba, no sé quien le dijo que podía recibir visitas. El caso es que se presentó aquí... y, por cierto, bastante cambiada. Ya no lleva el alambre en los dientes, y ha debido operarse la miopía o ponerse lentillas, porque tampoco lucía sus gafas de empollona. Ha crecido mucho y ya no tiene ese aire de ratón asustado. También me pareció mejor vestida que cuando llegó al colegio.

De hecho, pensé que si esa nueva versión de Estrella aparecía por mi clase, seguramente habría más chicos dispuestos a darle la bienvenida.

Me trajo unos dulces de mazapán y unas flores. No se quedó mucho rato, entre otras cosas porque no teníamos mucho de qué hablar. Me contó que tenía un novio belga y que estaba aprendiendo a montar a caballo. Fue un rato extraño, pero bastante agradable.

Al despedirse, me cogió de la mano.

"Valeria, todo se supera. De verdad. Yo lo pasé muy mal, y mírame ahora. Ni se te ocurra volver a intentar algo como lo que hiciste".

Se marchó.

Y yo me eché a llorar, no sé si por mí o por Estrella. Por aquella Estrella a la que habíamos amargado seis meses de vida y que había vuelto, desde el pasado, para recordarme que soy alguien digno de compasión.

1 comentario:

  1. Todo se supera Valeria. Ya verás... Deberías mantener el contacto con Estrella y a ver si recibes más visitas... XD!!

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