jueves, 6 de enero de 2011

Regalos de reyes

Como toda hija de padres divorciados, este año he tenido unos regalos de reyes estupendos: vaqueros nuevos, un nuevo ipod, un nuevo reproductor de DVD, nuevas nike - de color morado, justo las que quería - un forro polar estupendo, unas botas de goretex y hasta un sobre con ciento cincuenta euros, regalos de mis abuelos que ya empiezan con la canción de que no saben qué comprarme y me prefieren dar dinero. (Y yo encantada, como os podés suponer)

Mi padre vino esta mañana a traerme sus regalos: una cazadora de ante de esas que luego no te pones por miedo a que se manchen, una bufanda con unos guantes a juego, unos libros y unas botas altas. No hice ni caso a nada de lo que me había traído, porque en cada uno de esos regalos yo veía la dichosa huella de la tía Lou.

Luego, mamá me pidió que saliese de la habitación porque quería hablar con mi padre a solas. Yo hice caso, pero me quedé en el cuarto de al lado con un vaso  de cristal pegado a la pared. Seguro que ya conocéis el truco, y, desde luego, vale para oir fenomenal.

Mamá le dijo a papá que nos múdábamos. Que le habían ofrecido un trabajo en una central hidroeléctrica en el Pirineo, y que lo había aceptado. Mi padre se puso como una fiera: que como había hecho eso sin consultarle a él, que no podía llevarme tan lejos, y bla,bla, bla.

Mamá estuvo estupendamente: le habló tranquila, calmada y sin alterarse. Le dijo que era una decisión que habíamos tomado ella y yo y, ya que él había sido tan oportuno al largarse de casa y dejarnos solas, no veía qué derecho tenía ahora a pedir vela en el entierro.

Así se habla, sí señor.

Total, que nos piramos. Levamos anclas. Nos damos el bote. Nos marchamos, vaya. Rumbo a un pueblo de las montañas supongo que dejado de la mano de Dios, pero donde nadie me conoce ni me va a hacer la vida imposible. La tierra prometida, vamos.

Así que voy a dar cerrojazo a mi pasado para empezar a vivir otra vez.

Y como no quiero pensar en eso ahora, me limito a mirar y remirar mis regalos de reyes. Los mejores regalos, los más generosos que he tenido desde que era una niña mimada a la que cargaban de juguetes caros.

Y, sin embargo, estas han sido las Navidades más tristes de toda mi vida. Menos mal que ya se acaban.

Menos mal que está a punto de empezar otra etapa.

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